Todos queremos beber agua buena, sana y pura, pero ¿cómo sabemos si el agua que bebemos es realmente tal?
Nos fiamos de lo que nos dicen, de las etiquetas, pero ¿cómo podemos estar seguros de que el agua que bebemos es realmente tan pura?
Imagina que pones 20 botellas de agua de distintas etiquetas sobre una mesa. ¿Cuál crees que es la mejor?
Konstantin Korotkov, doctor en ciencias sociales y subdirector del Instituto Federal de Física de San Petersburgo, afirma: «Hemos analizado agua de muy buena calidad que se vende en determinadas botellas, y la empresa que la produce la etiqueta como la mejor agua del mundo, pero está vacía: es agua muerta. Está muy limpia, es buena y tiene minerales añadidos, pero está completamente muerta, no tiene energía ni vida».
Energía: un término desconocido para la mayoría, pero fundamental para la calidad de un agua.
Pero, ¿de dónde procede esta energía?
Para responder a esta pregunta, permítanme que les cuente una anécdota histórica: durante los años de la Guerra Fría, en un laboratorio secreto de un instituto militar que se ocupaba del desarrollo y la producción de armas de destrucción masiva, varios científicos llevaban varios años trabajando en la producción de las armas bacteriológicas de nueva generación más mortíferas.
Las propiedades que supuestamente poseían estas armas se discutieron durante muchas horas en una reunión secreta.
De repente, la reunión se interrumpió y todos los participantes fueron trasladados al hospital con graves síntomas de intoxicación alimentaria.
Se llevó a cabo una investigación que terminó en un callejón sin salida: los participantes no habían probado nada más que el agua de su mesa.
Se comprobó el agua, pero no se encontró ningún rastro de contaminantes: era H20 normal.
Por tanto, los médicos fueron incapaces de comprender la razón de esta intoxicación colectiva.
Veinte años después, un grupo de científicos dio con una hipótesis increíble que podría explicar lo sucedido dos décadas atrás: el agua tiene mente.
El agua había «escuchado» y memorizado la energía negativa y tóxica de aquella larga discusión y la había transferido al cuerpo de quienes la bebieron.
Para confirmar esta hipótesis, otro grupo de científicos e investigadores de distintas nacionalidades, dirigidos por Masaru Emoto, estudiaron el agua de famosos manantiales naturales situados en diversos lugares del mundo, a los que las poblaciones locales atribuían propiedades beneficiosas o incluso «milagrosas».
Lo que descubrieron estos investigadores fue revolucionario: el agua es una entidad en sí misma dotada de memoria. Sus moléculas tienen la propiedad de combinarse y organizarse en agrupaciones hormonales o desarmónicas (formas geométricas).
Esta organización viene dada por el tipo de información que el agua ha recibido a lo largo de su vida de las energías (positivas o negativas) que la rodean.
La forma que adopta el agua no es más que un espejo de la calidad de la energía que contiene.
A la luz de todo esto, la pregunta más importante que debe hacerse al comprar una máquina alcalina es: ¿el agua suministrada está viva o muerta?
Es decir, ¿cuál es el nivel de energía vital que contiene el agua y cómo se ha demostrado que el agua está viva?
Esta es la pregunta fundamental, sin la cual hablar de todo lo demás tiene poco sentido.
Porque como dice Rustum Roj, profesor universitario de Pensilvania y miembro de la Academia Internacional de Ciencias de EE UU: «El punto de vista dominante en el análisis del agua ha sido siempre el análisis químico, y por eso la noticia sensacionalista es que todo esto es una tontería.
La estructura del agua es mucho más importante que su composición química. La estructura del agua está en cómo se organizan sus moléculas».